EL CEREBRO EMOCIONAL
Las personas contamos con un repertorio emocional con variantes que incluyen: el miedo, la ira, la felicidad, la sorpresa, etc. Pero ¿para qué nos sirven estas emociones?, ¿no sería mejor no tenerlas? Las emociones son fundamentales en nuestra vida y nos son de gran utilidad para nuestro correcto desarrollo, son guías que nos orientan en momentos importantes, nos ayudan adaptando al cuerpo para superar situaciones difíciles, como la tristeza que nos ayuda a acumular energía para superar una pérdida notable.
Por varios años se ha pensado que el Coeficiente Intelectual es la medida más representativa para determinar quien podrá ser exitoso en el futuro pero, en realidad, lo que determina esto es la capacidad para enfrentar retos y problemas de la vida, saber cómo tratar adecuadamente con la gente para así poder entrar a grupos sociales determinados, incluso el éxito se ve alcanzado a veces por mera suerte. Es por ello que el las pruebas de intelecto son relativamente incapaces de darnos algún resultado significativo. La enseñanza ofrecida en las escuelas no nos proporciona armas para defendernos ante situaciones reales y comunes que nos presenta la vida, ni cómo controlarnos cuando nuestras emociones aplastan nuestra razón.
Seguramente todos hemos experimentado un asalto emocional sin saber que lo es, por ejemplo una carcajada o un ataque de ira o temor, esto es a causa de la amígdala, que es la encargada de mandar señales al cuerpo para generar la reacción adecuada, “la amígdala es la especialista en asuntos emocionales”1 p 34, es como una central de alarmas que, en el momento en que recibe señales de los sentidos, se pregunta si aquello es algo desfavorable para nosotros y si es así, entonces manda señales a las partes del cerebro correspondientes para actuar, pero ¿por qué los impulsos nerviosos pasan directamente a la amígdala en lugar de pasar primero por la neocorteza cerebral correspondiente? La respuesta está en un pequeño conjunto de neuronas que unen directamente al tálamo con la amígdala, lo que le permite a la segunda recibir algunas entradas directas de los sentidos y es cuando la amígdala hace que reaccionemos antes de que podamos identificar bien lo que está pasando; por lo tanto aunque no tuviéramos corteza auditiva o visual, es probable que siguiéramos reaccionando ante situaciones que nos causen temor. En pocas palabras, “el sistema emocional puede actuar de forma independiente de la neocorteza” 2 p 35. Además de la amígdala, contamos con una estructura del sistema límbico llamado hipocampo. El hipocampo recuerda los datos simples y la amígdala recuerda las emociones que acompañan esos datos. El problema es que no todas las situaciones, que causan un fuerte impacto para quedarse grabadas en la amígdala, vuelven a suceder y si el hipocampo determina que es una situación “igual”, la reacción también será la misma aunque en realidad solo sea un poco similar, lo que hace que a veces, este sistema acción- reacción sea un tanto impreciso.
Otro problema surge cuando las emociones interfieren con nuestros procesos mentales y no podemos “pensar bien”, lo que a la larga pueda traer problemas en la capacidad para aprender. He aquí otro problema de los test de CI: los puntajes bajos no registran que en el fondo se deben a un problema emocional.
Sin embargo las emociones no están peleadas con la racionalidad, al contrario, nuestro correcto desempeño se da por la armonía entre ambas.
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